Adviento 2020

 


Adviento 2020

Parroquia de San José Obrero


Jesús, regalo de Dios al mundo

Juan 3, 16-17.

   El evangelista Juan habla del encuentro de Jesús con un importante fariseo llamado Nicodemo. Es él quien toma la iniciativa y va a donde Jesús “de noche”. Intuye que Jesús es un hombre venido de Dios, pero todavía se mueve entre tinieblas.

   Nicodemo representa a todo aquel que busca sinceramente a Jesús. En cierto momento, Nicodemo desaparece de la escena y Jesús continúa su discurso para terminar con una invitación a todos a no vivir en tinieblas, sino buscando la luz.

  En este discurso hay una frase que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”. Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

1.-“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que no se pierda ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”  (versículo 16)

 

1.1. Dios ama al mundo.

  Dios ama a nuestro mundo tal como es inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de o mejor y de lo peor. Busca progreso y bienestar y general desigualdad, hambre y miseria. Siente hambre de paz y enciende guerras crueles  que destruyen países enteros. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo está envolviendo con amor de Padre.

1.2. Ama tanto al mundo que le da a su Hijo único.

   El amor de Dios al mundo se concreta en que le a su Hijo. Este Hijo único, amado por el Padre con un amor único, lo quiere compartir ahora con el mundo. El mismo Juan lo explica en (1ª Juan 4, 9-10) ”En esto consiste el amor no  en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo”

1.3. Dios es de todos.

   Es el gran regalo de Dios al mundo en su totalidad, no sólo a los cristianos. Por eso cuando acogemos a Jesús como el gran regalo de Dios al mundo no hemos de hacerlo de manera egoísta, sino descubriendo en él el amor y la cercanía de Dios a todo ser humano. Las palabras de Jesús no nos invitan a condenar al mundo sino a comunicar con nuestra vida el amor de Dios a todo ser humano.

 

1.4. Para que no se pierda ninguno de los que creen en Él.

   El objetivo de ese gran regalo de Dios es que no se pierda nadie que crea en ese Hijo que ha enviado al mundo. Es una invitación a descubrir en Jesús a ese Hijo enviado por el Padre con la única tarea de salvar a sus hijos. En él hemos de confiar. El nos conducirá al Padre.

 

2.- “Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él” (versículo 17)

   El evangelista destaca todavía más que la voluntad de salvar al mundo es universal, no solo de una parte privilegiada de la humanidad.

   Dios no abandona a nadie. Acompaña a cada persona en su recorrido, pues tiene sus caminos que nosotros desconocemos, para encontrarse con cada uno de sus hijos/as. Dios está siempre en nosotros buscando salvar lo que nosotros echamos a perder. Nuestro mayor error sería olvidar esto, encerrarnos en nuestros prejuicios y condenas impidiendo a los no creyentes abrirse a esta fe primera en el misterio de Dios y que es principio de toda tarea evangelizadora.

 

   El mensaje más original de Jesús ha consistido en invitar al ser humano a confiar incondicionalmente en el misterio que está en el origen de todo y que se llama Dios. Esto es lo que resuena en su anuncio: “No tengáis miedo…Confiad en Dios…Llamadlo Padre… Tened fe en su acción salvadora”,

 

3.- Ahondando en el regalo de Dios.

   Para ello nos pueden servir unas palabras que Juan recoge en su evangelio (Juan 4,6):”Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mi”.

   Estas palabras son una invitación a acoger a Jesús como el camino que nos conducirá hasta el Padre. Significa en primer lugar no vivir estancados en nuestra fe, caminar siempre, no detenernos, renovarnos, seguir a Jesús con fidelidad.

   Nos invitan también a buscar en Jesús la verdad, el secreto de la existencia. Para ello es preciso mantenernos en la palabra de Jesús, pues así conoceremos la verdad y “la verdad nos hará libres” (Juan 8,3).

   Finalmente se nos invita a buscar en Jesús la vida plena que tanto desea el ser humano. Esto significa abrirnos al Espíritu para aprender a vivir el estilo de vida de Jesús, que es el camino más acertado para vivir.

 

MEDITAMOS EL EVANGELIO.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único….

¿Soy consciente de cómo ama Dios al mundo de hoy tal como es, con sus conflictos y contradicciones?

¿Qué siento al saber que Dios ama a todo ser humano? ¿Me alegro? ¿Me quedo indiferente?

¿Cómo acojo yo el amor de Dios? ¿En actitud individualista, pensando solo en mi pequeño mundo o unido al mundo entero?

¿Cuál es el primer sentimiento que brota en mí al pensar que Jesús, el Hijo querido de Dios, no es solo de los cristianos?

No mandó a su Hijo a condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él.

¿Amo, condeno al mundo o me resulta indiferente?

¿Cómo vivo yo en la sociedad del bienestar y del consumo: olvidado o indiferente al mundo de los excluidos? ¿Comprometido, en lo que puedo, con la causa de los últimos?

¿Cómo puedo yo contribuir a construir un mundo más fraterno, más solidario?

¿Cómo puedo yo contribuir a que los cristianos sigamos a Jesús desde un horizonte más amplio?

¿Qué relación tiene el Evangelio que meditamos con la Navidad que vamos a celebrar?

 

Volvamos a Jesús

Volvamos a Jesús, su palabra es de fuego.

Volvamos a Jesús, fuente de agua viva...

Volvamos a Jesús, su Espíritu nos hace libres.

Volvamos a Jesús, él nos conduce al Padre.

 

Jesús, tú, el Hijo querido eres nuestro hermano, tú vas a nuestro lado.

Tu amor está abierto a todos y es más fuerte si somos débiles.

Tu palabra nos invita a velar por todos nuestros hermanos.

 

Jesús, tú, el Hijo querido, eres nuestro guía, nosotros tus discípulos.

Tú no impones ni leyes ni obligaciones que oprimen.

Tú nos pides amar a todos como tú nos amas.

 

Jesús, tú, el Hijo querido, eres nuestro sol; nosotros tus amigos.

Tu ternura nos acoge, en tu mirada solo hay compasión.

Tú nos dices que siempre a la vista está tu perdón.

 

Jesús, tú, el Hijo querido, eres el camino, la vida, la verdad.

Tú no hablas del Reino, donde todos han de ser amados.

Tú impulsas a construirlo, todos juntos y sin tardar.

 

Tú en mí, yo en todos

Tú siempre a mi lado

en mis noches más oscuras, en mis días claros.

Tú, conmigo a cada paso

cuando llega la alegría y en días amargos.

Tú en mí, yo en todos,

Todos juntos en ti.

Tú siempre a mi lado

cuando susurras mi nombre o me siento abandonado.

Tú, conmigo a cada paso

cuando vuelo por los montes y cuando caigo.

Tú, siempre a mi lado

en praderas y en valles y en desiertos solitarios.

Tú, conmigo a cada paso

entre gentes, en las calles y en rincones olvidados.

 

El amor se hizo niño

     La Navidad encierra un secreto que escapa a muchos de los que en estas fechas celebran algo sin saber exactamente “qué”. No pueden sospechar que la Navidad ofrezca la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.

   Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nosotros todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida? Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de la vida estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba silencio.

   En la Navidad, Dios ha hablado. No lo ha hecho para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes y sufrimientos. Dios no ofrece palabras. “La Palabra de Dios se ha hecho carne”.

   Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.

    Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida, es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la salvación.  El está con nosotros. Dios comparte nuestra existencia. Hay una luz. Por eso la Navidad es para os creyentes una llamada a renacer, a reavivar la alegría, la esperanza, la fraternidad y la confianza total en el Padre.

   La Navidad nos hace revisar ideas e imágenes que tenemos de Dios y que nos impiden acercarnos a su verdadero rostro: Dios es amor y nos ama tanto que nos da a su Hijo. Dios no se deja aprisionar por nuestros esquemas y nuestras maneras  de pensar.

 

   Lo imaginamos fuerte, majestuoso y omnipotente, pero él se nos ofrece en la debilidad de un niño débil nacido en las afueras de Belén en la más absoluta sencillez y pobreza. Lo colocamos en lo extraordinario y él se nos presenta en lo normal y ordinario. Lo imaginamos grande y lejano y él se nos hace pequeño y cercano.

   Este Dios encarnado en el niño de Belén no es el que nosotros hubiéramos esperado...No está a la altura de lo que nosotros hubiéramos imaginado. Este Dios nos puede decepcionar. Sin embargo ¿no es precisamente este  Dios cercano el que necesitamos junto a nosotros? ¿No es esta cercanía a lo humano la que mejor revela el verdadero misterio de Dios? ¿No se manifiesta en la debilidad de este niño su verdadera grandeza?

   La Navidad nos recuerda que la presencia de Dios no responde siempre a nuestras expectativas, pues se nos ofrecer donde nosotros menos lo esperamos. Dios se nos puede ofrecer cando quiere y como quiere, incluso en lo más ordinario y común de la vida.

   Ahora sabemos que lo podemos encontrar en cualquier ser indefenso y débil que necesita de nuestra acogida. Puede estar en las lágrimas de un niño o en la soledad de un anciano. En el rostro de cualquier persona podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano.

   Esta es la fe revolucionaria de la Navidad, el escándalo más grande del cristianismo, expresado magistralmente por Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como simple hombre” (Filipenses 2, 6-7).

    Jesús es el gran regalo de Dios. En él, Dios no es alguien desencarnado e inaccesible, sino alguien próximo y cercano. Un Dios al que podemos tocar de alguna manera siempre que tocamos lo humano.


MEDITAMOS EL EVANGELIO

. Lee despacio Lucas  2, 1-20.

. Lo conoces de sobra. No busques novedades. Saboréalo. Contempla la escena.

. Luego, considera la expresión: “Os ha nacido un Salvador”. ¿Qué te dice? ¿Es Jesús tu salvador? ¿De qué te salva?

. Reflexiona en la expresión: “Os traigo la alegría para todo el pueblo”. ¿Es Jesús una alegría para ti? ¿Cómo? ¿Cuándo?

¿Es una alegría para el pueblo? ¿Por qué? ¿Cómo podrá conocer el pueblo esa alegría? En medio de la pandemia que padecemos, ¿qué nos sugiere esta Navidad?

. Reza la oración: “No me quites la risa”

Quítame el pan si quieres,

quítame el agua, el aire,

el sol., las nubes, los caminos

y hasta las estaciones, si quieres:

pero no me quites la risa.

 

Quítame el sueño, si quieres:

quítame las flores, los frutos,

la voz, los espejos, lo proyectos

y hasta las vacaciones, si quieres:

pero no me quites la risa

Porque sin risa todo sabe a nada.

La vida se encuentra desnuda de gracia.

Yo no sé cómo comunicarme ni qué ofrecerte.

Y tú no logras entenderme.

Déjame la risa, Señor, para gozarte y ofrecerme

 

 

CONCRETAMOS

 

 

·                    ¿Qué puedo y quiero hacer para celebrar la Navidad cristianamente?

 

 

·                    ¿Qué puedo y quiero hacer para transmitir alegría y esperanza?

 

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