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«UN AMOR NOS
ESPERA»
Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios. (Romanos 8:38-39)
Introducción.
La pandemia que estamos sufriendo nos ha traído incontables sufrimientos de toda clase y en todos los campos. Ha sido evidente el reencuentro con un aspecto de la condición humana, la vulnerabilidad.
La sociedad actual, ha tratado de olvidarse de este aspecto, que le incomoda, pero que no puede ser ignorado.
Estamos viviendo unos tiempos en los que se nos han hecho más presentes situaciones, que siempre han estado ahí, el dolor y la muerte.
También entre nosotros la vulnerabilidad se ha hecho presente. Hemos despedido dolorosamente a familiares, amistades, conocidos, algunos miembros de nuestros grupos, de la comunidad.
La reflexión que este año proponemos creemos que puede ayudar a asumirlas desde la esperanza cristiana, desde el inmenso Amor de un Dios que es Padre-Madre misericordioso.
(Basado en el libro “Las puertas de la tarde”
de Dolores Aleixandre)
Una mirada al cielo.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro y poco comprometidos en la tierra presente. De muchas maneras hemos escuchado la pregunta de la Ascensión: «¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» (Hch. 1,11).
Hoy son muchos los cristianos que han dejado de mi-rar al cielo. Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad por la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final no da mayor eficacia a nuestra acción social y política. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Al contrario, obsesionados sólo por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, podemos acortar y empobrecer el horizonte de nuestra vida, perdiendo el anhelo de lo infinito. No necesitaremos que alguien nos grite: «Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?».
Nosotros no lo podemos experimentar actualmente, porque todavía no «vivimos» la realidad última de
nuestro ser. No vemos ni tocamos ni penetramos en lo esencial. Pero no por ello es algo que se pierde en la nebulosa de lo infinitamente lejano.
El cielo es algo cercano que ha quedado ya abierto por la resurrección de Cristo en el interior mismo de nuestro ser. Lo sepamos o no, estamos ya siendo trabajados por la fuerza del Resucitado, que nos empuja hacia nuestro destino último de felicidad.
Con la resurrección del Señor ha sucedido algo definitivo en lo más profundo de la realidad. El mundo está dirigido interiormente hacia su plenitud. Nuestra vida va camino de una felicidad eterna.
Tenemos ante nosotros «una puerta abierta que nadie puede cerrar» (Ap 3,8). Nada nos puede separar ya del amor que Dios nos tiene en Cristo (Rm 8,35-39).
Sólo nosotros podemos hacerlo negándonos a nosotros mismos, rechazando el amor misericordioso del Padre y cerrando la puerta que está ya abierta.
Saber caer, saber soltar.
en el vuelo a los pájaros,
una cosa debe saber: ¡caer!
Saber caer, soltar... Difícil para nosotros, que nacemos con un fuerte instinto prensor y a lo largo de nuestra vida solemos ejercitarlo en sus mil modalidades de agarrar, apoderamos, retener, sujetar, asir, prender, hacer presa, aferrar, controlar... Nada nos es tan ajeno como ese «pacientemente descansar en la gravedad» y «pender del corazón de Dios».
Como en aquella historia del alpinista que, en medio de la noche, se deslizó por un helero agarrado a su cuerda, quedando suspendido en el vacío. Cuan-do le pidió a Dios que acudiera en su auxilio, escuchó su voz que le decía: «¡Suelta la cuerda!». No se atrevió a hacerlo hasta que, al amanecer, ya casi congelado, se dio cuenta de que sólo la distancia de medio metro le separaba del suelo. Pero preferimos «morir congelados» antes de hacer ese gesto sencillo de abrir las manos y soltar.
Quizá fue eso lo que más debió de deslumbrar a Pablo de Jesús: aquello de que, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios...».
El término que emplea podría traducirse como «aferrar una presa o un botín», algo que nuestras manos posesivas conocen bien, mientras que Él parecía ignorar en qué consiste ese gesto, porque en Él todo era apertura, abandono, descentramiento, capacidad de entrega y de acogida. Y es ése el gran aprendizaje que tenemos que ir haciendo a lo largo de nuestra vida, algo que el Salmo 46 llama «rendirse»: «Rendíos y reconoced que yo soy Dios» (46,11); y el verbo empleado significa también abandonar, soltar, ceder, cejar, permitir, consentir...
Las manos del trapecista
Lo refleja bien esta anécdota. «Cuando el circo llegó nos invitaron a ver el espectáculo. Nunca olvidaré cuán extasiado quedé cuando vi por primera vez a los trapecistas moverse en el aire, volando. Al día siguiente, regresé al circo para verlos de nuevo y me presenté a ellos. Me invitaron a asistir a sus sesiones de práctica, y nos convertimos en buenos amigos.
Un día, hablando con uno de ellos, este me dijo: "Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor (El portor es aquél trapecista que, colgado boca abajo en su trapecio, espera el vuelo del saltador para agarrarle y evitar que se caiga al vacío). El público podría pensar que yo soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella es mi portor. Tiene que estar allí para mí con una precisión instantánea, y agarrarme en el aire cuando voy a su encuentro después de saltar".
"¿Cuál es la clave?", le pregunté. "El secreto me dijo es que el saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto a su encuentro, no tengo más que extender mis brazos y mis manos y esperar que él me agarre y me lleve con seguridad al otro lado.
"¿Que tú no haces nada?", pregunté sorprendido. "Nada –repitió el–. Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor. Yo no debo agarrarlo. Es él quien tiene que agarrarme a mí. Si yo aprieto sus muñecas, podría partírselas, o él podría partirme las mías, y eso tendría consecuencias fatales para los dos. El saltador tiene que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su portor esté allí en el momento preciso".
«Cuando me dijo esto con tanta convicción, en mi mente brillaron las palabras de Jesús: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu". Morir es confiar en el portor. Es decir: "No temáis. Recordad que sois los hijos amados del Padre. Dios se hará presente cuan-do deis el salto. No tratéis de agarrarlo; él os agarrará a vosotros. Lo único que debéis hacer es extender vuestros brazos y vuestras manos y confiar, confiar, confiar»
Una pregunta
La expresión: “Él os agarrará”, ¿Qué te dice, a que te invita, que te hace pensar, a que te lleva?
Un texto Bíblico (Jn. 19,28-30).
« Después de esto, como Jesús sabía que ya todo había terminado, y para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre; así que empaparon una esponja en el vinagre, la pusieron en una caña y se la acercaron a la boca. Al probar Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”. Y Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu»
Para la oración.
Inclinar la cabeza es el gesto de Jesús que evoca su actitud de consentimiento absoluto al Padre, el final coherente de su apuesta arriesgada de confiar en Él por encima de todo.
Él que había hecho de su vida entera una donación, entrega ahora su última espiración, con el abandono del niño que se duerme en brazos de su madre. -Contemplando el final de Jesús, podemos hacer el ejercicio de «inclinar» nuestra cabeza con todo lo que hay en ella de obsesiones por conocer todos los «porqués» y dominar todos los «cómos».
-Podemos pronunciar el “si” de quien, por encima de todo, se sabe seguro y al amparo del Padre-Madre
-Podemos aflojar también la tensión de nuestras manos y hacer el gesto silencioso de abrirlas exponiendo ante Dios nuestra pobreza.
- Podemos manifestarle nuestra confianza en que Él ha cumplido su promesa de Vida con nuestros familiares, amistades, conocidos,… con todos sus hijas/os que han fallecido - Podemos decirle una vez más nuestra seguridad de que Él cumplirá su promesa de estar a nuestro lado cuando llegue el momento de «dar el salto». Sin tratar de agarrarlo, porque será Él quien nos agarre.
-Podemos convencernos de que lo único que tenemos que hacer es extender nuestros brazos y nuestras manos y confiar.
-Has silencio,… ponte en las manos de Dios,…
Un poema. (Soeur Marie du Saint Esprit).
«No sé lo que ocurrirá al otro lado,
cuando mi vida haya entrado en la eternidad.
Lo único de lo que estoy segura
es de que un amor me espera.
Sé que será el momento
de hacer balance de mi vida,
tan pobre y tan sin peso.
Pero, más allá del temor,
estoy segura de que
un amor me espera.
No me habléis de las glorias
ni de las alabanzas
de los bienaventurados,
y no me digáis nada
tampoco de los ángeles.
Todo lo que yo puedo hacer, es creer,
creer obstinadamente
que un amor me espera.
Sé que mi hora se acerca
y puedo esperarla sonriendo,
porque lo que siempre he creído
lo creo con más fuerza
ahora que siento llegar la muerte.
Cuando muera, no lloréis,
porque es ese amor
quien me lleva consigo.
Y si veis que tengo miedo, ¿por qué no?,
recordadme sencillamente
que un amor me espera»
Grupo de Evangelización de Personas Enfermas
Parroquia San José Obrero-Pascua 2021
Canto
Jesús no nos deja sol@s, nos acompaña en estos momentos en que nos sentimos débiles. Nosotr@s tenemos que hacerlo presente con nuestro testimonio, siendo instrumentos de su paz en medio del mundo.
( Pinchar en el reproductor para que suene la canción)👇
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